Para que no se nos olvide...


Pérez es una de aquellas personas que hoy se siente tímida pensando que tal vez no sepa entonar bien su canto. Los años hicieron que casi olvidara la letra de aquellos tiempos de juventud; pero es igual, cree que hay que intentarlo de nuevo, una vez más, para que seres como él vean y sientan que no estuvieron ni están solos, que en su forzada mudez fueron comprendidos. Pero es inútil su esfuerzo. Pérez nota como, al querer cantar, sus versos se estrellan contra las paredes de su boca haciendo que adquiera un rictus de globo grotesco, un globo que únicamente puede estallar en lágrimas. Debería estar alegre y contento porque renace la esperanza y, sin embargo, llora, en silencio, como tantas otras veces lo hizo a la sombra de la vergüenza y del miedo. Hoy, una vez más, siente vergüenza, siento miedo, pero de una manera muy distinta.
Por todas partes se habla de limar diferencias, de enterrar rencores, de que no haya ni vencedores ni vencidos y él, terriblemente asustado, quisiera participar de esas palabras, pero cuando lo intenta aparecen en su pequeño mundo lejanos recuerdos, algo muy distinto. No puede olvidar que fue un hombre pacífico que se estremecía con solo oír la palabra violencia. Quería la Paz… pero le robaron eso y su juventud. Cuando fue consciente de su naturaleza, solo quería contagiar de su alegría a todo aquél que le estrechaba la mano, al que le dirigía una palabra. Aún, en aquellos tiempos difíciles, pensaba que el mundo podía ser mejor y que todo aquello no podía durar mucho, ya que entre la podredumbre que existía, sentía a aquellas personas que se esforzaban en conseguir una sociedad más justa, más libre, en la que todos fuesen iguales. Una sociedad por la que pudieses pasar sabiendo que no únicamente estás ahí, sino que además tienes la libertad de vivirla.
Pero la realidad se tornó muy distinta. Los hombres, cada vez más envidiosos de su vecino, no se contentaban únicamente con tener más, sino que querían mucho más. Y por todas partes nació el odio y la desconfianza, mientras los que siempre habían prometido bienestar y paz, ahora se en enzarzaban en una cruenta lucha sin importarles aquéllos que únicamente querían vivir…

Y sobrevino lo inevitable. Una cruel guerra que acabó con las esperanzas de muchos e hizo renacer los rencores y ansias de poder de otros. Pérez veía extrañado como de pronto su País se convertía en un río de sangre y lágrimas. Nunca quiso matar a un hermano y hoy recuerda lo que su idea le costó. Dos bandos se peleaban en algo inhumano: uno se creía el “salvador de la patria”, el otro olvidó la verdadera razón que le llevó a la lucha…
Recuerda el sonido de aquellas balas que acabaron con la vida de sus padres y no puede evitar sus lágrimas que se pierden con las lágrimas de muchos otros. Resuenan aún en su cabeza aquellas palabras que su padre le dijo antes de morir: “Hijo mío no olvides nunca que el odio no se alivia con la violencia, que el poder no se alcanza con el fusil, que la libertad no termina en un pelotón de fusilamiento”. No las olvidó nunca por más que las circunstancias, algo tan terrible, le propusieron.
Recuerda aquellas amenazas de los hombres que le preguntaba el porqué no iba a misa, o de aquellos otros que le decían que quemase iglesias…

Recuerda el puño cerrado y la mano extendida siempre dispuestas a asestar un nuevo golpe y ve con orgullo que él se mantuvo indemne… Pero ahí no acabó la guerra. Lo que siguió fue aún más terrible. Una guerra nunca es suficiente para los vencedores. Los nuevos “mesías” se propusieron más tarde limpiar todo lo que aún quedaba sano… y quedaba Pérez que no quiso saber de odios ni de unos, ni de otros. Eso le costó hambre, que la pagó con miseria.
Recuerda que el horror de la posguerra le pasó una factura más elevada que a otros. Siempre era el último cuando se repartían las cartillas de racionamiento… y el primero al que se le llamaba ‘cobarde’ porque quiso defenderse con la fuerza que da la razón… y le llamaron ‘rojo’. Pasó unos años en la cárcel viendo como unas personas se repartían todo lo que habían obligado a dejar a sus legítimos propietarios, que ahora llorarían más allá de unas montañas. La revancha fue terrible. Fusilaron a aquellos que creían en la Libertad y se opusieron a toda forma de opresión, como a Pérez, les robaron y ultrajaron, teniendo solo el arma de callar acatando principios. Fue en ese preciso momento cuando el miedo apareció en Pérez. En ese instante sintió una infinita vergüenza cuando unos hombres trastocaron su canto de libertad poniéndolo cara al sol, con una camisa nueva, que ni siquiera podían pagarla y que, además, alguien la había bordado el día pasado con aquél maldito color rojo. No. Ese no era su canto de Libertad. En él se hablaban de escuadras que tenían que luchar otra vez para vencer… y en una noche muy larga se decía que gracias a ellos, a los compositores del canto, empezaba a amanecer.

Recuerda como al salir de la cárcel le colgaron la etiqueta de ‘preso político’ que le sirvió para que una y otra vez le cerraran las puertas del trabajo. Era por entonces un hombre casado y con hijos y había que alimentarlos. Por ellos vendió lo poco que le quedaba de libertad. Con algo que tenía ahorrado se compró una camisa azul y comenzó un largo peregrinar de puerta en puerta. Un amigo, de aquellos que cambiaron los versos del poema, le metió con muchos esfuerzos en una pequeña empresa. Eso y la pluma que le sirvió para firmar el acatamiento a los principios fundamentales, se le fue el poquito de libertad y creyó que perdía la dignidad para siempre. Así empezó a sacar a su familia adelante, con una pena infinita cada vez que tenía que entregar el comprobante que certificaba que Pérez había ido a comulgar, que era católico, apostólico y romano. No olvida que un día, su hijo, le preguntó si ese era el Ser infinitamente bueno, infinitamente omnipotente, que condena a los malos y castiga a los buenos y que obliga a traer un papel conforme Él está dentro de nosotros. “No hijo, ese no es Dios”. Luego se arrepintió de habérselo dicho ya que su pequeño no volvió más a la escuela:
- ¿Pero qué ha pasado? - le preguntó Pérez
- Les he dicho quién es Dios – contestó su hijo.
El chico le estuvo explicando que en la escuela le habían dicho que su padre era ‘rojo’ y que se condenaría al fuego eterno si le seguía haciendo caso. Padre e hijo se fundieron en un abrazo y, de nuevo, empezó la peregrinación de la familia por otras ciudades, por otros lugares en busca de una esperanza a la que no renunciaban. Mientras las arcas de los vencedores se iban engrosando cada día más y la libertad consistía en leer al ‘Capitán Trueno’, escuchar a Gloria Lasso y ver películas de Gracita Morales y José Luis López Vázquez. Por una suerte del destino pudo volver a trabajar en otro sitio que no le conocían. Y volvió a vender su libertad en papeles y camisas…
Recuerda que en su nuevo lugar de trabajo, no sintió extrañeza cuando vió que los que ocupaban cargos directivos, eran todos hombre afines al régimen, una singular pandilla que, aunque fuesen unos ineptos, estaban en sus puestos para controlar la “honradez” de sus subordinados. Entró como abogado, profesión que nunca pudo ejercer con la suficiente dignidad que dio en su juramento. No pudo ascender por el pecado que había cometido y porque se notaba un cierto favoritismo contra todo aquél que reclamaba justicia sin haber probado las mieles del triunfo.

Y así siguió, viendo como unos pocos que reclamaban libertad dejaban la piel en la calle, viendo como se construían pantanos y observando la alegría de la gente en las fiestas populares. Hasta llegó a pensar si todo aquello era verdad y estuvo equivocado cuando no cogió el fusil para defender la pureza de su corazón y el brillo de su cerebro. Y en la duda vivió hasta que descubrió el engaño, hasta que otros, más jóvenes que él, morían para alcanzar delante de un pelotón de fusilamiento, la perdida Libertad. La guerra no había terminado… y se dispuso a cantar, a sus sesenta y cinco años, al lado de aquellos hombres dispuestos a morir por ver cumplido su ideal.
Pasó el 19 de noviembre y hoy, día 20, ha amanecido de una manera distinta. Por las calles todo es silencio, expectación por lo que puede ocurrir ¡Tanto se habló de ese día, que cualquier cosa es posible! No es un día más, es precisamente el día en que puede empezar la vida… ¡El día en el que alguien murió para que otros, hoy, naciesen!

(Escrito por ‘Entre Líneas’ a escondidas, muerto de miedo y esperanza, la mañana del 20 de noviembre de 1975)
12 comentarios
Para Silex blanda como una piedra -
Sílex -
Y lo único que me deja incómoda de esa noche es que pensé que era mi mejor regalo de cumpleaños y tenía sólo once años.
Para Eliza corriendo más que los "grises" -
Para paloma viéndolas (tranquilamente) venir -
Para monocamy eternamente niño -
Para Kaleidoscopio en la UVI literaria -
Para cielodescubierto tierna como el pan del día -
Eliza -
paloma -
Me ha encantado y por eso te mando muchos besos, así como mil quinientos y pico
monocamy -
Vamos, que enterramos a franco como veinte o treinta veces :PP por si quedaban dudas xD
Kaleidoscopio -
cielodescubierto -
¿ Te he dicho alguna vez lo bien que escribes ( escribías ) ?... pues ya es hora.
Un beso. ;)